REVOLUCIÓN, TABACO Y RON. CUBA. LA HABANA, VARADERO Y LOS JARDINES DEL REY



La isla más importante del Caribe es un paraíso terrenal de aguas cristalinas y playas de ensueño, que se rige bajo un modelo económico y político que ha dejado al país y a sus habitantes detenidos en el tiempo. Un destino como una fotografía en blanco y negro.


El viajero debe saber que Cuba es un lugar único en el mundo. La Habana, puerta de entrada al país, es el centro económico, político y cultural del régimen instaurado por Fidel Castro luego de que derrocara al entonces presidente democrático Fulgencio Batista el 1 de enero de 1960 a través de una insurgencia popular armada, hecho histórico conocido como la Revolución cubana.

Hoy, la ciudad está casi tal cual la dejó Batista cuando huyó del país acompañado de sus partidarios. Un ejemplo: la mayor porción del parque automotor está conformado por vehículos estadounidenses producidos antes del inicio de la Revolución, sumados a un pequeño porcentaje de vehículos de manufactura soviética, los únicos que ingresaron al país durante los años posteriores al bloqueo económico de los Estados Unidos a Cuba, iniciado en 1962. Modelos clásicos de Chevrolet, Ford, Buick, Pontiac, Dodge, Willys y Mercury, entre otros, de las décadas de 1930, 1940 y 1950, transitan dignamente por las principales vías de la urbe, desobedientes al paso de los años.

¿Cómo pueden seguir andando estas antiguas y pesadas máquinas en la actualidad si las importaciones de vehículos y repuestos estuvieron prohibidas hasta este año? Sucede que la necesidad convirtió a los cubanos en creativos e infalibles mecánicos. Los carros son usualmente reparados con piezas de otros artefactos, como refrigeradoras, cocinas, lavadoras y televisores; y los motores originales de autos estadounidenses, como Buick y Ford, son reemplazados por motores rusos. Esta unión, inalcanzable por estos días en la ONU, solo es posible en la isla de José Martí.

HABANA, LA VIEJA
Pero la razón más importante para recorrer la ciudad está en su casco histórico, conocido como La Habana vieja. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982, se distingue del resto de barrios como El Vedado y Miramar por el malecón habanero, imponente construcción que en el siglo XVII protegía a los habitantes de piratas y corsarios, y que hoy lo hace de las altas olas que arremeten con furia contra sus costas en tiempos de tormenta.

Cuando el mar está en calma, durante el día se puebla de pescadores aficionados, corredores y turistas que disfrutan de la vista y la brisa marina mientras visitan la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, y el Castillo del Morro y su faro tutelar. Por la noche, luego del tradicional cañonazo de las nueve, es tomado por parejas amancebadas que se juran amor eterno en la oscuridad y por grupos de jóvenes bohemios que cantan, ríen y beben ron del bueno hasta el amanecer.

Una de las vías que desemboca en el malecón es el Paseo del Prado, famoso por las ocho estatuas de leones fundidas en bronce que se hallan desperdigadas a lo largo de las cuadras que lo conforman. Y además por las edificaciones que conecta. La principal, sin duda, es el Capitolio Nacional de La Habana, diseñado a imagen y semejanza del Capitolio de los Estados Unidos, de fachada acolumnada neoclásica y una cúpula que frisa los 92 metros de altura, más alta que su par norteamericana.

Fue construido en 1929 para albergar a las dos cámaras del Congreso de la República de Cuba. Sin embargo, cualquier poder diferente al Ejecutivo fue disuelto cuando triunfó La Revolución, por lo que fue transformado en la sede del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente y de la Academia de Ciencias. Un testimonio, en piedra y cemento, de que la democracia que alguna vez hubo en el país.

Otros lugares de interés son el Cementerio y Museo de Colón, camposanto a cielo abierto dedicado al histórico navegante genovés, considerado el más bello de América y el tercero en importancia del mundo. De igual modo, la Iglesia de Reina y la Catedral ortodoxa, son importantes puntos para quienes gustan del turismo religioso.

Y, cómo no, la Plaza de la Revolución, donde se encuentran las sedes del Consejo de Estado, del Consejo de Ministros y del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, amén del famoso relieve a gran escala del rostro de Ernesto ‘Che’ Guevara, símbolo de la ciudad en el mundo. También puede verse el monumento dedicado a José Martí, el más importante pensador cubano, y el de Camilo Cienfuegos, otro gran héroe de la Revolución.  

LA RUTA HEMINGWAY
Pero hay otros espacios en La Habana que forman una ruta en sí misma, ya que están entrelazados por la presencia eterna y literaria de Ernest Hemingway, el intrépido y legendario escritor estadounidense que residiera en la isla durante 28 años.  

Regresemos a La Habana vieja, en 1938. Cruce de la calle Obispo con Mercaderes. Hotel Ambos Mundos. Habitación 511. Hemingway desayuna leche fría y un pan. Las puertas abiertas de la terraza dejan ver una mañana típica cubana a pleno sol. La Catedral, los techos de los solares y algunas humildes embarcaciones desperdigadas en la bahía. De pie, como siempre al momento de escribir, corre el carrete de su máquina Royal y coloca otro papel bajo el fijador. 

“Ya sabes cómo es La Habana por la mañana temprano, con los vagabundos que duermen todavía recostados a las paredes; aun antes de que los camiones de las neverías traigan el hielo a los bares”. Fragmento de Tener y no tener.

Este hotel de arquitectura afrancesada fue su primer hospedaje en la isla, donde escribió en su totalidad las Crónicas de pesca y los primeros capítulos de la novela Por quién doblan las campanas, entre otros textos. La habitación que siempre ocupó ha sido convertida en un pequeño museo. Hoy, basta con entrar al hotel, pagar tres pesos convertibles y dejar que el guía explique la rutina diaria del también periodista mientras enumera los objetos que componen el espacio: sus cañas de pescar, telegramas, libros y cartas, además de su máquina de escribir.  

Pero Hemingway, según recuerdan quienes lo frecuentaban en ese entonces, pasaba más tiempo en los bares que frente al papel. Fue en el restaurante El Floridita donde cariñosamente lo apodaron  ‘El Papa’. En una esquina de la barra solía almorzar platos a base de pescados y mariscos y bebía su daiquirí preferido —ron cubano, limón, azúcar, gotas de marrasquino y polvo de hielo—, trago que él no inventó, como muchos profesan, mientras departía con las personalidades de la época, puro en mano. 

Más de 70 años después, ‘El Papa’ sigue sentado a la barra, sonriente. A fines de 2004 fue instalada, precisamente en el rincón donde le gustaba sentarse, una robusta estatua de bronce en tamaño natural, camisa remangada y sandalias. Los trabajadores le colocan diariamente un daiquiri a manera de tributo. Aquel gesto convertido en tradición atrae a sedientas hordas de turistas que, acalorados por el sol tropical, beben, beben y beben y se toman fotos abrazándolo. 

Otro bar que solía frecuentar es La Bodeguita del Medio, en la calle Empedrado, que ha sido visitado por personalidades como Gabriela Mistral, Agustín Lara, Pablo Neruda, Nicolás Guillén y Carlos Mastronardi, además del escritor estadounidense, todos atraídos por el trago estrella de la casa: el mojito cubano. Fue justamente Hemingway quien escribió en una de sus paredes: My mojito in La Bodeguita, My daiquiri in El Floridita.

Pero el arraigo definitivo de Hemingway en la isla se produjo en 1940, cuando compró la Finca Vigía a pedido de su esposa, la corresponsal de guerra Martha Gellhorn. La propiedad, ubicada en la localidad San Francisco de Paula, era ideal para huir de los tantos amigos y curiosos que constantemente lo interrumpían en sus horas de escritura. A la vez, debido a su cercanía con La Habana —25 kilómetros—, podía regresar en poco tiempo a su circuito bohemio y a sus travesías de pesca en su buque El Pilar. La idea era alejarse, pero no demasiado. 

Allí escribió su obra más célebre, El viejo y el mar. Cuentan los que solían visitarlo en aquellos años, que las paredes de todas las habitaciones estaban cubiertas de papeles. ‘El Papa’ daba vueltas por la casa leyendo, corrigiendo y releyendo los capítulos de la obra por la que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1954.

Apenas conocida su muerte, en 1961, Fidel Castro ordenó que la finca se convirtiera en un museo en homenaje al escritor. Y así se mantiene hasta hoy, como un lugar donde se exhiben libros, discos, muebles, pinturas y animales disecados. También, fotos —muchas fotos— que relatan la vida de Hemingway en Cuba. La vida de todo un revolucionario.

VARADERO Y LOS CAYOS
Luego de un viaje en bus de tres horas y media desde La Habana (y de hacer una parada refrescante en El Peñón del Fraile, bar de carretera donde se ofrece la mejor piña colada de la isla) se llega al balneario más famoso de Cuba. Sus 22 kilómetros de playa cautivan por sus blancas y finas arenas, y su mar de un delicado azul, cálido y transparente todo el año, donde los bañistas pueden alejarse decenas de metros de la orilla sin que el agua llegue a cubrirlos totalmente.

La industria turística está liderada por cadenas hoteleras internacionales como Meliá, Iberostar, Barceló, Sandals y Riu, empresas que invierten en Cuba bajo ciertas condiciones. Debido a que toda propiedad es estatal y no se permiten inversiones 100% extranjeras, deben operar bajo la modalidad de joint ventures con el gobierno. Esto es una alianza estratégica para obtener beneficios económicos a largo plazo.

Los gastos de construcción de los hoteles y resorts corren a cuenta y cargo del Estado. Así, Cuba nunca deja de ser de los cubanos. Las cadenas se limitan a compartir la administración y a imponer sus estándares de calidad, un know how vital para asegurar la mejora continua en el servicio. Además, el personal es seleccionado por el Estado, encargado de que todo ciudadano cuente con un puesto de trabajo. Con respecto a las utilidades, mitad y mitad. Además, el destino cuenta con restaurantes, bares, tiendas y núcleos comerciales, delfinario y centros de buceo con filiales en los hoteles. Aquí, la infraestructura está al nivel de sus playas de ensueño.

Caso similar es el de Los Jardines del Rey, archipiélago que agrupa 1.600 cayos (San Guillermo, Santa María y Coco, entre los más mentados). Fue declarado Reserva de la Biósfera por la Unesco, ya que sus 450 kilómetros de arrecifes frontales rodeados de mangle conforman la segunda barrera coralina más grande del mundo, después de la australiana.

Hasta la década de 1980 solo se podía llegar en bote a los cayos. Entonces, se emprendió la construcción del pedraplén, una carretera de 48 kilómetros erigida sobre una base de rocas que parte desde el fondo del mar. Más de 250 puentes permiten que el agua fluya entre los islotes sin que se afecte el ecosistema marino. Los trabajos de esta monumental y bella obra arquitectónica demoraron casi nueve años.

Aquel esfuerzo permitió que se desarrollase a plenitud la industria turística en estos pedazos de tierra bendita. Al igual que en Varadero, la mayoría de hoteles, de cuatro y cinco estrellas, operan bajo la modalidad de all inclusive y en ellos se puede elegir entre pasar los días desparramado panza arriba con la única misión de vegetar en una playa sin olas —ron punch en las rocas en mano—, o realizar actividades deportivas, desde el windsurf y el ski acuático hasta vóley playa, tenis, básquet y clases de baile junto a la piscina.

Esto sin contar que los hoteles cuentan con diversos restaurantes que pueden ser  de buffet, de comida criolla cubana, internacional o incluso temáticos, además de shows nocturnos, bares y discotecas, donde la diversión dura hasta altas horas de la noche. O tal vez lo mejor sería dormir temprano bajo el arrullo del mar, para disfrutar del amanecer en el destino más entrañable del Caribe.

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