GENERACIÓN ÉXTASIS
La «cultura rave» es un fenómeno mundial que ha invadido el Perú a través de la clase más acomodada de la sociedad. Para entenderla, emprenderemos un viaje químico hacia el epicentro emocional del establishment juvenil, su juerga y su desenfreno. Un consejo: no olvide su agua sin gas.
«Yo tomé una «pastilla» para danzar en una sala de baile tecnológico. Las luces, el ambiente y el movimiento, pero especialmente la empatía, el fluir del tiempo y de la escena -llena de sincronismos-, me invitaban a descubrir un mundo en el que todo parece estar en su lugar, un mundo cálido que me era desconocido, que se me había escapado hasta ese momento».
Matthew Collin. Estado Alterado.
Matthew Collin. Estado Alterado.
Escribe: Rubén Barcelli
«En 10 años de música electrónica se ha hecho más que en 30 de rock», sostiene Gino, muy seguro de sí mismo. Nos encontramos sumergidos en uno de los ambientes del lounge Bambuddha, una suerte de sushi-bar minimalista enquistado en el balneario de Asia, esta nueva ciudad fuera de la ciudad, luminosa y estridente.Después de ordenar un Apple Martini, Gino me cuenta que actualmente los locales más exclusivos, como este, tienen reservados días de música electrónica y, además, se distinguen por mostrarle el DJ al público -ya no los mantienen encerrados en cabinas- como si fueran parte de la decoración y estilo del espacio.
Le pregunto porqué cree que la música electrónica ha avanzado con tanta rapidez, como una vorágine. «Todo se basa en la filosofía del rave, en la máxima que guía nuestros pensamientos, en el P.L.U.R: Peace, Love, Union and Respect», afirma a la vez que ingiere una pastilla de éxtasis o XTC. El DJ mezcla un «child out», según Gino una vertiente electrónica inofensiva y temerosa, como un ritmo de bossa novas pulsaciones, como un corazón omnipresente y saludable que permite conversar sin alzar la voz, ideal para la “previa” o el after party. «Para que entiendas mejor de lo que te estoy hablando acompáñame a una «sesión»... ven, no tengas miedo, yo sé que te va a gustar».
La «máxima experiencia»
La Huaca es un infierno muy cerca del mar: desde el techo, grandes reflectores irradian luces rojas, verdes y amarillas, que emprenden testaruda lucha por la supremacía tonal del ecosistema hermético; mujeres y hombres atollan el recinto, sus ropas son psicodélicas, multicolores y muy cortas; un gran écran alterna imágenes del DJ «mezclando» en el escenario con otras sesiones sucedidas en Oslo y Dublín, las tomas cambian muy rápidamente como una catarsis. Nos sentamos en la barra del VIP, Gino fuma, bebe agua sin gas y es presa del sonido tecnológico que al parecer ha conseguido poseerlo. Noto que el efecto de la pastilla -llamada «Adán» por sus primeros comercializadores, pero bautizada como «éxtasis» en las calles de Londres- se ha manifestado: se está poniendo verborreico y quiere bailar. Entonces, comienza a repetir una y otra vez, incansable, que el consumo de XTC es un rito, un estilo de vida.
La Huaca es un infierno muy cerca del mar: desde el techo, grandes reflectores irradian luces rojas, verdes y amarillas, que emprenden testaruda lucha por la supremacía tonal del ecosistema hermético; mujeres y hombres atollan el recinto, sus ropas son psicodélicas, multicolores y muy cortas; un gran écran alterna imágenes del DJ «mezclando» en el escenario con otras sesiones sucedidas en Oslo y Dublín, las tomas cambian muy rápidamente como una catarsis. Nos sentamos en la barra del VIP, Gino fuma, bebe agua sin gas y es presa del sonido tecnológico que al parecer ha conseguido poseerlo. Noto que el efecto de la pastilla -llamada «Adán» por sus primeros comercializadores, pero bautizada como «éxtasis» en las calles de Londres- se ha manifestado: se está poniendo verborreico y quiere bailar. Entonces, comienza a repetir una y otra vez, incansable, que el consumo de XTC es un rito, un estilo de vida.
A Gino no le falta razón, en Estados Unidos, Europa, Asia y en las principales capitales latinoamericanas habita la «cultura rave»: compuesta de la música que celebra la estética de los tonos, la ropa de diseñador, los clubes, los vinilos de colores, además de su meca, la tan cosmopolita Ibiza, y los remixes, los doce pulgadas y las drogas: al ya conocido XTC, se ha sumado recientemente el misterioso rush, una droga que aparenta ser un perfume pero que en realidad es un compuesto a base de ketamina -anestesia para gatos-, cuya manera de consumo es similar a la cocaína. La «cultura rave», este movimiento posmoderno de hedonistas, se formó en los setentas con la convicción de no oponerse a nada, ni criticar el orden social.
Su cultura es abierta a cualquiera que intente dejar de ser parte de la «crowd» -gente común- para convertirse en un «raver» y así conocer el placer de su modus operandi, de sus implicancias y excesos: la sensualidad de los químicos, el baile y su perversidad. Los «ravers», como Gino, son fanáticos de absorver el presente, apáticos que les llega el futuro. Ellos son «virtuales» pues buscan alejarse de lo real para construirse «otra» realidad aleatoria y sintética mediante la eufónica combinación de música más drogas y, por supuesto, harta agua.Pero el éxtasis sólo es un aditivo, un accesorio para sublimar la «máxima experiencia» de esta comunidad. Su médula son las diversas vertientes sublevadas de partituras, libres de cualquier canon musical como el acid, breaks, chill out, electro, electrónica, experimental, gabber, hardcore, hardstyle, hip hop, house, jungle, techno, trance y trip hop. Estas concepciones de la armonía son las que dan origen a la «escena» rave. Gino está seguro que esta efervescencia se apoderará de toda la ciudad dentro de muy poco tiempo.
Oído a la música
Hierve La Huaca poblada de «ravers». Gino me cuenta que inicialmente se insertó en la «movida» por las chicas lindas, la juerga y el ambiente. Ante esto, Matthew Collin, historiador de este movimiento en Londres, asegura que los que por primera vez «prueban» este mundo lo hacen seducidos por la imagen y el status que provee esta «cultura», pero el enganche definitivo se da por la música, la cual define como «un relato sónico en constante evolución, capaz de conjurar una magia situada más allá del lenguaje».Mientras Gino pide al bartender otra botella de agua sin gas, nombra a DJ´s emblemáticos como Sasha, Paul Oakenfold y Danny Rampling; «¡los mejores pinchadores de discos de la historia!», grita, emocionado. Un DJ junta dos canciones usando diferentes velocidades de reproducción, y un ecualizador para crear una pared de sonido cambiante en sus tonos.
Estos artistas graban las «pistas» que luego son reinterpretadas y mezcladas con otras canciones para crear, espontáneamente, una nueva pieza musical. Es conocido que en el circuito de la llamada «generación química» los DJ´s son considerados chamanes contemporáneos que llevan a sus cofradías intoxicadas a la deshinibición de las emociones mediante la perversión de los sentidos. Esto se manifiesta en un baile desestructural y anárquico, que deja a cada «raver» crear irreflexivamente sus propios movimientos. Con ello, se muestra en vitrina la libertad del cuerpo y de la mente que esta cultura protege dentro de sí.
Sin duda, la movida limeña acoge a los «raves» dentro de su lista de propuestas nocturnas, incluso, son la vanguardia. En Lima, los centros nocturnos Traffic, La Sede, Home y el Centro de Convenciones del Hotel María Angola; y en Asia, 43 South, La Huaca, entre otros, son los templos, los anfiteatros de la lujuria. Estas «fiestas tecnológicas» le han cambiado la cara a la noche en las playas del sur y han impuesto que la mayoría de celebraciones universitarias por inicio de ciclo, fin de exámenes parciales y finales sean sesiones «raves».
Gino se aleja de mí sin despedirse, se adentra en aquel tumulto de mujeres y hombres sudorosos que no dejan de moverse, enérgicos y erógenos mientras se acarician unos a otros, como deseándose. Las luces me ciegan y sólo veo siluetas andróginas que bailan a contraluz. Ya no logro distinguirlo, pero sé que se siente como quiere sentirse pues está en el lugar donde –de algún modo- pertenece. Estoy seguro que así es feliz.
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