EL DETECTIVE INMORTAL. Un perfil de Roberto Bolaño.



Y así fue como encaró a la muerte, fiel a su estilo: corriendo contra el tiempo, noche tras noche, en una escritura frenética y desarticulada, buscando desesperadamente la página final de su novela 2666 -tan genial como voluminosa- que no pudo alcanzar aquel amanecer ibérico del martes 15 de julio de 2003. Igual Roberto, tan sabio y contestatario, le esbozó una sarcástica sonrisa de la muerte, pues ya había cambiado –y para siempre- el rumbo de la literatura latinoamericana, antes de la última respiración de su vida.



En alguna noche nebulosa de invierno gris limeño en el 1974 de dictadura militar de izquierda y primavera socialista, un joven Roberto Bolaño de paso por Lima en uno de sus tantos viajes por el mundo, enjuto y disléxico, con su mochila azul en ristre, anteojos de enorme marco y cigarrillo entre los dedos, habría de confesarle, en el desaparecido chifa Wonny del centro de Lima, a los poetas peruanos y dipsómanos de Hora Zero –Jorge Pimentel, Tulio Mora, Eloy Jáuregui, Enrique Verástegui y otros grandes- que se sirve de su propia vida para crear literatura.
Les contó que un año antes se había embarcado en una larga travesía por mar y tierra desde México -donde residía desde su adolescencia- para retornar a Chile y apoyar al gobierno de Salvador Allende que se encontraba en franca agonía. Casi le costó la vida. Apenas llegó a Santiago fue apresado como muchos compañeros suyos de izquierda. Se enteró en la cárcel que los aviones de combate Hawker Haunter de Augusto Pinochet bombardearon el Palacio de La Moneda, asesinando a Allende y consumando uno de los golpes de Estado más sangrientos de la historia de América Latina. Ya instalado en el poder, Pinochet mandó fusilar a todos los seguidores del derrocado régimen. Fue la primera vez que Bolaño aceptó la muerte; y aceptó, también, que no era inmortal como suelen creer algunos en su juventud. Pero aún no había llegado su hora de morir. Dos detectives de la policía, amigos suyos de la infancia, lo salvaron de las fauces vengativas del gobierno militar. A partir de allí se empezó a engranar en sus atormentados pensamientos el título de “Los Detectives Salvajes”.
En su retorno a México se hizo trotskista y fundó, cual romántico poeta setentero, diferentes revistas –sin los más mínimos recursos- como “Rimbaud vuelve a casa” o “Correspondencia Infra”, que llevaba el subtítulo de Revista Menstrual del Movimiento Infrarrealista, cuyo primer y único número data de octubre/noviembre de 1977. Junto con Mario Santiago fundó el movimiento de vanguardia poética “Infrarrealistas” –rebautizada en la novela como “Real visceralistas”- y pasaba los días participando de tormentosas discusiones políticas y literarias en el Café La Habana; caminando con los que llamó “poetas de hierro” por la calle Bucarelli mientras hablaban de cuanto odiaban a Octavio Paz. Y por las noches, transitando los más decadentes bares del D.F, escribiendo poema tras poema en sucias servilletas de papel, bebiendo mezcal, anís del mono y whisky barato, como lo hizo Malcolm Lowry treinta años atrás. Encontró su literatura en el México surrealista y subrrealista, como Lowry encontró “Bajo el Volcán” en aquel decadente país tan parecido al infierno, tan cerca y tan lejos del paraíso yanqui.
Bolaño, harto del Infrarrealismo que ayudó a fundar, se alejó de México para alcanzar el éxito literario. En 1978 se instala en Barcelona en la más completa soledad y con unos cuantos ahorros. Viaja por varios países de Europa y logra sustentarse a duras penas ejerciendo una diversidad de oficios: lavaplatos, camarero, vigilante nocturno, basurero, descargador de barcos, vendedor de bisutería. Había aprendido a sobrellevar la pobreza hasta que se casa y nace Lautauro, su primer hijo. Ya no podía cocinarle sólo arroz a su familia, como acostumbraba.
Entonces Bolaño, que se consideró siempre un poeta, tuvo que aprender a escribir narrativa. Al poco tiempo empezó a ganar concursos literarios menores. La idea de escribir la gran novela latinoamericana se convirtió en una obsesión para él. Luego de publicados algunos libros de muy poco éxito en ventas y crítica, se propuso iniciar una obra inspirada en veinte años de su vida. Fue una madrugada azul, tan fugaz y estruendosa como tantas en el D.F, que, frente a su computadora, entrelazó las tantas aventuras de poeta infrarrealista, otorgando la trascendencia que tanto se merecía su pasado mexicano y su mejor amigo, Mario Santiago, que murió en un accidente automovilístico en los ochenta. “Los Detectives Salvajes” ganó el XI Premio Rómulo Gallegos y el Jorge Herralde de Novela en 1999. La crítica concordó en que es la mejor novela latinoamericana de los últimos tiempos, comparable sólo con “Rayuela” y “Pedro Páramo”. Bolaño fue considerado el más importante escritor latinoamericano del post boom y un futuro candidato a ganar el Nóbel.
Junto con los premios, la ovación de la crítica y el público, recibe una noticia devastadora. La insuficiencia hepática que sufría se había convertido en un cáncer fulminante. La metástasis avanzaba lentamente y le demoraría algunos años más pudrir su cuerpo por completo. Se recordó en aquella prisión en Chile y la suerte que tuvo de no morir a manos de la dictadura de Pinochet. Se alegró de haber vivido tantos años y se hizo una promesa: escribiría hasta morir. Se estableció el ritmo de publicar una novela por año. En sus últimos meses la enfermedad aceleró su degeneración. Entonces se trazó el reto de escribir una novela llamada “2666” y que en su totalidad comprendería más de mil páginas. La historia se dividiría en cinco volúmenes que se publicarían periódicamente para dejar un legado literario mayor y asegurar el futuro económico de su familia.
Fue tal su determinación que se olvidaba muchas veces de ir a sus citas con el doctor y de tomar sus medicamentos por escribir. Antes de partir, dejó instrucciones muy detalladas acerca del proceso de la publicación de 2666, incluso el precio a negociar con el editor conforme se vayan publicando las entregas. Pero sus hijos Lautauro y Alexandra, desobedientes de su última voluntad pero fieles al respeto literario de su padre, publicaron 2666 como él lo hubiera querido: reunida en un sólo volumen, para que su padre pueda, como todo un gran ladrón de libros y lector insaciable, releer en la eternidad el “Diccionario Filosófico” de Volatire, a Cortázar y a Parra, tan apasionadamente como en su juventud, cuando era un “poeta de hierro” y caminaba, tan joven, embriagado y feliz, por la penumbra de la calle Bucarelli, imaginando que algún día se convertiría en escritor mientras le silbaba a la madrugada.
Pronto a publicarse en Un Vicio Absurdo.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

REVOLUCIÓN, TABACO Y RON. CUBA. LA HABANA, VARADERO Y LOS JARDINES DEL REY

GENERACIÓN ÉXTASIS

TODOS LOS MUNDOS DE NATALIA PARODI