ACERCA DE ALE Y GIÁCOMO (del libro CUANDO FUIMOS INMORTALES)
* Aquí una de las historias, como adelanto.
Aún ahora recuerdo cuando caminaban por la calle de la mano, felices, incómodos por sus uniformes de colegio: les quemaba el cuello de la camisa, era un mes de noviembre, a puertas del verano. Alejandra le acariciaba la nuca a Giácomo mientras se besaban; lo abrazaba fuerte y lo escuchaba hablar de política.
ALEJANDRA
Se desnuda y desnuda a su hijo. Entra en la tina con él, le besa las mejillas y el ombligo mientras mueve sus brazos desde abajo hacia fuera del agua, una y otra vez, para que su hijo ría y chapotee, estás quedando limpiecito, mi amor, ¿quieres darle un beso a mami?... ay qué rico, mi vida, ya sabes dar besitos. Alejandra calla y se pregunta en silencio: ¿Esto es la felicidad? De inmediato se responde, muy segura.
Alejandra ha aprendido a perderse -y a encontrarse- en la risa y en los ojos verdes de su hijo, tan verdes como el mar del Caribe; tan verdes eran también los ojos del chico que conoció en su viaje de promoción a Varadero, el chico que sólo le hablaba de política - Giácomo-, que pensaba que Estados Unidos era culpable de que el pueblo cubano pasara hambre; Giácomo, que le decía y le redecía que hay que apoyar a Fidel y a su revolución aunque la Unión Soviética ya no existiera; Giácomo, que la adoraba. Alejandra no estaba enterada de la revolución cubana: ¿Cuál, oye?, no me asustes, no me digas que va a venir ese Che y que me va estropear el trip, no ni hablar, yo me voy ahorita.
Sus amigas se han dado cuenta de que ese chico del colegio de hombres es muy atractivo detrás de toda esa timidez: tiene una sonrisa bonita y es bastante educado y, seguramente, le gustas mucho, Ale, y ella pensaba: A mí también me gustas, Giácomo, así no entienda nada de lo que dices, me gustas mucho.
¿Te puedo decir Ale?, le preguntó tímidamente, Giácomo, sentado en la arena gruesa y blanca, no sé, me suena más a ti, pero, ¿cómo te voy a llamar como quiera?, yo quiero llamarte Ale, como tus amigas, sí, sí, yo también tengo hambre, vamos a almorzar y después regresamos acá a la playa, ¿te parece, Ale?, porque si no, hacemos otra cosa, de verdad, lo que tú quieras, en serio.
Desde que se conocieron, Alejandra y Giácomo se volvieron inseparables mientras sus amigos se adueñaron de los bares y las discotecas resort. Las compañeras de colegio de Alejandra se mantenían atentas a ellos, como adictas a una telenovela:
-Parece que van a ser enamorados.
-Sí, creo que sí… míralos caminando por la playa, ahí pasa algo…
-Claro, con decirte que la otra noche salieron de la discoteca. Alejandra me dijo que se fueron… pero no le cuentes a nadie.
-A nadie, te juro.
-Se fueron a la playa a ver el amanecer, ella hizo como si tuviese frío, él la abrazó y casi se besan.
El Gordo Salazar pensaba que Alejandra estaba rica pero que era una idiota: ¿Y qué haces tú con semejante cuerazo?, esa flaca es una brutaza, no es para ti, además es mucha hembra, Giácomo, te lo digo porque eres mi pata, no la vas a hacer, es mucha hembra. Giácomo no tuvo mucho tiempo para escuchar lo que le decía el Gordo porque ella, como ese día, siempre lo estaba jalando del brazo, ven, vamos a la playa, ven. Giácomo, mientras la piel de Alejandra se oscurecía, miraba a la lejanía, un mar absoluto se encontraba en calma, sí pues, estás buenota como dice el Gordo, pero eres una hueca, ¿cómo hago contigo?, pero desde que andamos juntos todos me miran, se interesan en mí, ¡qué chévere!
Cuando Giácomo le habló de nuevo, Alejandra sólo atinaba a sonreír y a asentir con la cabeza cuando le preguntaba si estaba de acuerdo con alguna de sus ideas revolucionarias: ¡el neo liberalismo es aberrante!, ¡Marx es el pensador del pueblo!, ¡odio a esos gringos!, ¡malditos imperialistas! A Alejandra, las palabras de Giácomo le parecían como susurros a lo lejos, que no se entienden con claridad pero, sin embargo, hacía como si lo estuviera escuchando con la mayor atención mientras enterraba sus pies en la arena.
Sale con su hijo de la tina y lo seca en la cama con mucho cuidado, es tan chiquito, tan indefenso, tan mío, y tengo miedo que cuando crezca se vaya y se olvide de mí. El teléfono, ella vacila en contestar porque no quiere dejar solo a su hijo, se puede caer, le puede pasar algo, ¿y si es una emergencia?, pucha, mejor contesto, ¿y si llora?, no, mejor no. Lo deja timbrar. Después de unos segundos suena su celular, aló… ¿qué quieres?, sí, ya lo bañé, sí, ya se está durmiendo, por favor, Giácomo, no me hagas esas bromas… ¡no lo hagas, por favor!
GIÁCOMO
Sus padres tienen un compromiso esta noche y han dejado dicho que se van a demorar. Giácomo aprovecha para gritar, llorar y tirar al piso cosas viejas que ha sacado de su armario. Es en ese momento cuando se topa con uno de sus cuadernos de colegio que había guardado en una caja junto con libros y otros papeles. Giácomo lo coge con cuidado, lo acaricia como queriéndolo mucho, luego lo abre buscando una página en blanco, cuando la encuentra escribe:
Ayúdame, Joaquín,
Ayúdame, Joaquín,
Ayúdame, Joaquín,
AYÚDAME, JOAQUÍN,
¡AYÚDAME, JOAQUÍN!,
¡JOAQUÍN!
¡JOAQUÍN!
¡JOAQUÍN!
Se detiene un momento, exhausto. Contempla al Che Guevara mirando hacia fuera del póster con seriedad, con ese misticismo que lo había inspirado a querer convertirse en revolucionario en una época sin revoluciones. Perdimos, Che, creo que es hora de aceptarlo, pensó. Junto a aquel póster, cinco diplomas obtenidos en sus años de secundaria adornan su pared: cuatro por ser el mejor de su salón en rendimiento académico y uno de segundo puesto en quinto de media cuando conoció a Alejandra, a su Ale en Varadero, ¿por qué tuve que conocerla?, en vez de tirármela ese verano me la hubiera pasado estudiando para entrar a la universidad… entonces no hubiera tenido que trabajar con mi viejo, que me repetía y me repetía: ¡muévete ocioso!, ¡trabaja!, no te quejes que nadie le daría trabajo a un imbécil como tú, me decepcionaste, Giácomo. Sí, decepcioné a mi papá y a mi mamá que no me habla… es que ya no puedo más, -escribe de nuevo en su cuaderno- no puedo, ¡me quiero morir!, Joaquín, por favor, ayúdame.
NO SÉ QUÉ HACER
Giácomo fue a la hora de salida del colegio de Alejandra días después de regresar del viaje y le pidió que sean enamorados. Los dos se besaron por primera vez, todavía bronceados y sin lengua, mientras prometieron amarse todos los minutos, todas las horas, todos los días hasta la muerte, ay, mi vestido, Giácomo, ¿qué vestido voy a usar para la fiesta de promoción?, ¿y para qué vas a estudiar este verano?, descansa, tú ingresas de hecho, vamos a la playa, después postulas. Giácomo la cogía de la cintura con mucho respeto, sus manos dudaban en ir un poco más allá, sí, Ale, chévere, Ale, lo máximo, Ale, ¿a qué hora te recojo para ir a la fiesta de prom?, no, no me demoro, siempre soy puntual… ah verdad no puedo ir a la playa este verano, es que mis viejos quieren que me meta a una academia preuniversitaria, ¡qué buena idea, Ale!, ya pues, les digo que postulo a medio año, sí pues, sí tengo tiempo, sí pues, para qué me voy a apurar.
Giácomo coge su celular, no contestan, llama al celular de Alejandra, hola, ¿cómo que qué quiero? ¿Ya lo bañaste?, ¿ya se durmió?, Ale, ya lo decidí y, Ale, te juro que me quiero morir… ¡Ale!… ¡escúchame!
NICOLÁS Y EL GORDO
Baja del avión. Duty Free. Aduana. Sale del aeropuerto. Calles, avenidas, él las reconoce, son sus calles y sus avenidas, las de toda la vida. Llega a su casa, almuerza con su familia, duerme unas horas. Nicolás ha regresado a Perú para pasar las fiestas de fin de año y quiere aprovechar para ver a sus amigos y sobre todo a Giácomo, su compañero casi inseparable desde el colegio hasta que apareció Alejandra en Varadero y Giácomo se desconectara de todo lo que no era ella. Nicolás no fue a la playa el verano que acabaron el colegio, se la pasó estudiando e ingresó a la universidad. Hace casi año y medio se ganó una beca para terminar su carrera en España.
Cuando despierta, piensa en llamar al departamento donde Giácomo se había mudado con Alejandra cuando se casaron pero la línea está cortada, así que llama al Gordo Salazar, habla, Nico, ¡qué bueno que regresaste!… oye han abierto un bar en Barranco que está bravazo, vamos allá para que conversemos tranquilos, hace tiempo que no hablamos, Nico, y tomando la rica chela. Ambos se sientan en una mesa del fondo, lejos del bullicio de la gente, la música se escucha a media luz. Entonces, Nicolás pregunta:
-¿Y que hay de nuevo, Gordo?… ¿Estás con enamorada?
-No, a mí no me gusta eso de tener hembrita -el Gordo enciende un cigarrillo- yo prefiero a las perras nomás… ah, pásame tu vaso.
-Toma -el Gordo se lo llena-. Oye, haces mal, deberías buscarte una chica -Nicolás enciende su cigarrillo.
-¿Para qué?, para que te cague la vida, yo paso, Nico -el Gordo sostiene su vaso en el aire mientras sorbe de cuando en cuando-, si no mira al pobre de Giácomo.
-¿Qué le pasa a Giácomo, Gordo?
-¿Qué te pasa, Giácomo? -pregunta Alejandra.
-¡Ya no puedo más!… ¡entiende carajo! -responde Giácomo.
-Te fuiste en el peor momento,... Nico… en el peor -dice el Gordo
-No te entiendo… ¿Giácomo?, si él está con Alejandra y con su hijo, por cierto ¿tienes su nuevo número?
-Él está viviendo con sus papás de nuevo, es el mismo de siempre -el Gordo bebe hasta secar su vaso. Luego, le pide al mozo dos botellas más y prende un cigarrillo con el pucho todavía encendido.
-Bueno… no lo sabía, pero… ¿qué le pasó?, yo no me he enterado de nada, a ver, cuenta, Gordo.
-Por favor… tranquilo… mira, no te apures, vamos a conversar, aló, Giácomo, ¡contéstame!... aló, aló…
Giácomo deja el celular en su cuarto y se pone a buscar en el bar de su padre, encuentra un whisky, se bebe un trago de a pico, regresa al cuarto y coge de nuevo el celular.
-Ya… está bien, vamos a conversar… ¿pero de qué vamos a conversar?
-Alejandra y Giácomo ya no hablaban, ni se decían sus cosas, de verdad, Nico, se dejaron de amar.
-No te creo… pero si estaban templadazos, y no les iba mal, incluso Giácomo estaba trabajando con su viejo.
-De ti, Giácomo, de mí, de nuestro hijo, de eso quiero que hablemos.
-De nuestro hijo quizás… pero de nosotros… no creo… Ale, ¿qué nos pasó?
-Fue culpa de ambos, o tal vez no fue culpa de nadie… yo lo único que sé es que todo acabó.
-Cuando terminaron -el Gordo enciende otro cigarrillo-, Giácomo regresó a la casa de sus viejos… al principio le pasaba plata a Ale, pero cuando quebró la empresa de su viejo tuvo que ponerse a buscar trabajo pero nunca encontró nada… espérate un toque, ya vengo, más bien pídete un par más y te sigo contando.
Nicolás le pide dos cervezas más al mozo mientras acaricia su vaso, perdóname, Giácomo, por no haber estado aquí. El Gordo regresa del baño, se sirve un vaso y la saborea, está rica la chela, Nico, ¡carajo, qué bueno que regresaste!, ¡carajo! La gente del cole ya no se ve, todos tienen enamorada, o ya se casaron, o se fueron a estudiar fuera, como tú, huevonazo.
-Oye, Gordo, sigue contando pues -Nicolás llena su vaso.
-¡No importa de quién haya sido la culpa! -Giácomo se sienta en el suelo, abraza sus rodillas y llora una vez más en silencio.
-Aló...aló…Giácomo… ¡háblame!
-Lo único que quiero que hagas es que le des un beso en la mañana por mí… dile, por favor, que su papá lo ama mucho y que siempre va a ser su padre así no esté con él.
-Sí, lo haré, pero, Giácomo, ¿no habrá otra salida? ¿No hay nada más que se pueda hacer? -comienza a llorar.
Alejandra le da un beso en la frente a su hijo, que duerme imperturbable. Este es de parte de tu papito, le susurra y de inmediato se pone de pie, se acerca a la ventana, se seca las lágrimas con la yema de sus dedos, se toca los senos desnudos y recuerda cuando aprendió a hacer el amor con Giácomo -aquel sexo torpe con amor en la sala de su casa y en el cuarto de él cuando sus papás ya estaban acostados-, e intenta desearlo, intenta recordar cuando estaban en el colegio y no podían dejar de besarse, es imposible, Giácomo, no puedo volver contigo. Alejandra busca estrellas en el cielo negro mientras lo escucha quejarse de que los jóvenes no tienen ninguna oportunidad en este país y de que todo es culpa del imperialismo yanqui y su capitalismo ultraliberal.
-¿Por qué te importo tanto?… tú que no vas a estar sola, tú que ya le conseguiste un nuevo papá a mi hijo.
-¿Qué? ¿Está saliendo con otro?
-No empieces otra vez, por favor… ¡me tienes harta!
-No sólo eso, ya se mudaron juntos, con todo y el hijo… me han contado que el huevón gana como mierda.
-¿Lo amas?… dime… ¡lo amas!
-No sé si lo ama, ¡qué voy a saber yo! -el Gordo aplasta el pucho contra el cenicero con energía.
-No sé si lo ame... la verdad no lo sé -Alejandra calla por un momento, perdón por mentirte, Giácomo, pero no te quiero hacer más daño- además eso no importa, yo lo que quiero es que no cometas una locura.
Aguanta, Nico, ¿aló?, ¿cómo estás? ¿Qué?, ya, chévere, ¿a qué hora?, perfecto, yo llevo a un amigo, Nico, claro, el que se fue a España, el amigo de Giácomo, sí, sí, ya salimos para allá, mozo, dos más y que sean las últimas.
-¡No me vas a hacer cambiar de opinión! -Giácomo sorbe un poco más de whisky.
-¡No lo hagas por favor!... ¡no lo hagas!... quédate con nosotros.
-No voy a permitir que otro esté manteniendo a mi hijo, mi tío me va a pagar doce dólares la hora, con eso te voy a poder mandar plata para todo lo que nuestro hijo necesite.
-¿Hace cuanto que Giácomo está en Estados Unidos?
-Tres meses… oye, ya, vamos, hay una juerga en Miraflores.
-Está bien -Nicolás se seca su vaso-, ah, se me olvidó preguntarte… ¿cómo le pusieron al hijo?
-Joaquín… le pusieron Joaquín.
Aún ahora recuerdo cuando caminaban por la calle de la mano, felices, incómodos por sus uniformes de colegio: les quemaba el cuello de la camisa, era un mes de noviembre, a puertas del verano. Alejandra le acariciaba la nuca a Giácomo mientras se besaban; lo abrazaba fuerte y lo escuchaba hablar de política.
ALEJANDRA
Se desnuda y desnuda a su hijo. Entra en la tina con él, le besa las mejillas y el ombligo mientras mueve sus brazos desde abajo hacia fuera del agua, una y otra vez, para que su hijo ría y chapotee, estás quedando limpiecito, mi amor, ¿quieres darle un beso a mami?... ay qué rico, mi vida, ya sabes dar besitos. Alejandra calla y se pregunta en silencio: ¿Esto es la felicidad? De inmediato se responde, muy segura.
Alejandra ha aprendido a perderse -y a encontrarse- en la risa y en los ojos verdes de su hijo, tan verdes como el mar del Caribe; tan verdes eran también los ojos del chico que conoció en su viaje de promoción a Varadero, el chico que sólo le hablaba de política - Giácomo-, que pensaba que Estados Unidos era culpable de que el pueblo cubano pasara hambre; Giácomo, que le decía y le redecía que hay que apoyar a Fidel y a su revolución aunque la Unión Soviética ya no existiera; Giácomo, que la adoraba. Alejandra no estaba enterada de la revolución cubana: ¿Cuál, oye?, no me asustes, no me digas que va a venir ese Che y que me va estropear el trip, no ni hablar, yo me voy ahorita.
Sus amigas se han dado cuenta de que ese chico del colegio de hombres es muy atractivo detrás de toda esa timidez: tiene una sonrisa bonita y es bastante educado y, seguramente, le gustas mucho, Ale, y ella pensaba: A mí también me gustas, Giácomo, así no entienda nada de lo que dices, me gustas mucho.
¿Te puedo decir Ale?, le preguntó tímidamente, Giácomo, sentado en la arena gruesa y blanca, no sé, me suena más a ti, pero, ¿cómo te voy a llamar como quiera?, yo quiero llamarte Ale, como tus amigas, sí, sí, yo también tengo hambre, vamos a almorzar y después regresamos acá a la playa, ¿te parece, Ale?, porque si no, hacemos otra cosa, de verdad, lo que tú quieras, en serio.
Desde que se conocieron, Alejandra y Giácomo se volvieron inseparables mientras sus amigos se adueñaron de los bares y las discotecas resort. Las compañeras de colegio de Alejandra se mantenían atentas a ellos, como adictas a una telenovela:
-Parece que van a ser enamorados.
-Sí, creo que sí… míralos caminando por la playa, ahí pasa algo…
-Claro, con decirte que la otra noche salieron de la discoteca. Alejandra me dijo que se fueron… pero no le cuentes a nadie.
-A nadie, te juro.
-Se fueron a la playa a ver el amanecer, ella hizo como si tuviese frío, él la abrazó y casi se besan.
El Gordo Salazar pensaba que Alejandra estaba rica pero que era una idiota: ¿Y qué haces tú con semejante cuerazo?, esa flaca es una brutaza, no es para ti, además es mucha hembra, Giácomo, te lo digo porque eres mi pata, no la vas a hacer, es mucha hembra. Giácomo no tuvo mucho tiempo para escuchar lo que le decía el Gordo porque ella, como ese día, siempre lo estaba jalando del brazo, ven, vamos a la playa, ven. Giácomo, mientras la piel de Alejandra se oscurecía, miraba a la lejanía, un mar absoluto se encontraba en calma, sí pues, estás buenota como dice el Gordo, pero eres una hueca, ¿cómo hago contigo?, pero desde que andamos juntos todos me miran, se interesan en mí, ¡qué chévere!
Cuando Giácomo le habló de nuevo, Alejandra sólo atinaba a sonreír y a asentir con la cabeza cuando le preguntaba si estaba de acuerdo con alguna de sus ideas revolucionarias: ¡el neo liberalismo es aberrante!, ¡Marx es el pensador del pueblo!, ¡odio a esos gringos!, ¡malditos imperialistas! A Alejandra, las palabras de Giácomo le parecían como susurros a lo lejos, que no se entienden con claridad pero, sin embargo, hacía como si lo estuviera escuchando con la mayor atención mientras enterraba sus pies en la arena.
Sale con su hijo de la tina y lo seca en la cama con mucho cuidado, es tan chiquito, tan indefenso, tan mío, y tengo miedo que cuando crezca se vaya y se olvide de mí. El teléfono, ella vacila en contestar porque no quiere dejar solo a su hijo, se puede caer, le puede pasar algo, ¿y si es una emergencia?, pucha, mejor contesto, ¿y si llora?, no, mejor no. Lo deja timbrar. Después de unos segundos suena su celular, aló… ¿qué quieres?, sí, ya lo bañé, sí, ya se está durmiendo, por favor, Giácomo, no me hagas esas bromas… ¡no lo hagas, por favor!
GIÁCOMO
Sus padres tienen un compromiso esta noche y han dejado dicho que se van a demorar. Giácomo aprovecha para gritar, llorar y tirar al piso cosas viejas que ha sacado de su armario. Es en ese momento cuando se topa con uno de sus cuadernos de colegio que había guardado en una caja junto con libros y otros papeles. Giácomo lo coge con cuidado, lo acaricia como queriéndolo mucho, luego lo abre buscando una página en blanco, cuando la encuentra escribe:
Ayúdame, Joaquín,
Ayúdame, Joaquín,
Ayúdame, Joaquín,
AYÚDAME, JOAQUÍN,
¡AYÚDAME, JOAQUÍN!,
¡JOAQUÍN!
¡JOAQUÍN!
¡JOAQUÍN!
Se detiene un momento, exhausto. Contempla al Che Guevara mirando hacia fuera del póster con seriedad, con ese misticismo que lo había inspirado a querer convertirse en revolucionario en una época sin revoluciones. Perdimos, Che, creo que es hora de aceptarlo, pensó. Junto a aquel póster, cinco diplomas obtenidos en sus años de secundaria adornan su pared: cuatro por ser el mejor de su salón en rendimiento académico y uno de segundo puesto en quinto de media cuando conoció a Alejandra, a su Ale en Varadero, ¿por qué tuve que conocerla?, en vez de tirármela ese verano me la hubiera pasado estudiando para entrar a la universidad… entonces no hubiera tenido que trabajar con mi viejo, que me repetía y me repetía: ¡muévete ocioso!, ¡trabaja!, no te quejes que nadie le daría trabajo a un imbécil como tú, me decepcionaste, Giácomo. Sí, decepcioné a mi papá y a mi mamá que no me habla… es que ya no puedo más, -escribe de nuevo en su cuaderno- no puedo, ¡me quiero morir!, Joaquín, por favor, ayúdame.
NO SÉ QUÉ HACER
Giácomo fue a la hora de salida del colegio de Alejandra días después de regresar del viaje y le pidió que sean enamorados. Los dos se besaron por primera vez, todavía bronceados y sin lengua, mientras prometieron amarse todos los minutos, todas las horas, todos los días hasta la muerte, ay, mi vestido, Giácomo, ¿qué vestido voy a usar para la fiesta de promoción?, ¿y para qué vas a estudiar este verano?, descansa, tú ingresas de hecho, vamos a la playa, después postulas. Giácomo la cogía de la cintura con mucho respeto, sus manos dudaban en ir un poco más allá, sí, Ale, chévere, Ale, lo máximo, Ale, ¿a qué hora te recojo para ir a la fiesta de prom?, no, no me demoro, siempre soy puntual… ah verdad no puedo ir a la playa este verano, es que mis viejos quieren que me meta a una academia preuniversitaria, ¡qué buena idea, Ale!, ya pues, les digo que postulo a medio año, sí pues, sí tengo tiempo, sí pues, para qué me voy a apurar.
Giácomo coge su celular, no contestan, llama al celular de Alejandra, hola, ¿cómo que qué quiero? ¿Ya lo bañaste?, ¿ya se durmió?, Ale, ya lo decidí y, Ale, te juro que me quiero morir… ¡Ale!… ¡escúchame!
NICOLÁS Y EL GORDO
Baja del avión. Duty Free. Aduana. Sale del aeropuerto. Calles, avenidas, él las reconoce, son sus calles y sus avenidas, las de toda la vida. Llega a su casa, almuerza con su familia, duerme unas horas. Nicolás ha regresado a Perú para pasar las fiestas de fin de año y quiere aprovechar para ver a sus amigos y sobre todo a Giácomo, su compañero casi inseparable desde el colegio hasta que apareció Alejandra en Varadero y Giácomo se desconectara de todo lo que no era ella. Nicolás no fue a la playa el verano que acabaron el colegio, se la pasó estudiando e ingresó a la universidad. Hace casi año y medio se ganó una beca para terminar su carrera en España.
Cuando despierta, piensa en llamar al departamento donde Giácomo se había mudado con Alejandra cuando se casaron pero la línea está cortada, así que llama al Gordo Salazar, habla, Nico, ¡qué bueno que regresaste!… oye han abierto un bar en Barranco que está bravazo, vamos allá para que conversemos tranquilos, hace tiempo que no hablamos, Nico, y tomando la rica chela. Ambos se sientan en una mesa del fondo, lejos del bullicio de la gente, la música se escucha a media luz. Entonces, Nicolás pregunta:
-¿Y que hay de nuevo, Gordo?… ¿Estás con enamorada?
-No, a mí no me gusta eso de tener hembrita -el Gordo enciende un cigarrillo- yo prefiero a las perras nomás… ah, pásame tu vaso.
-Toma -el Gordo se lo llena-. Oye, haces mal, deberías buscarte una chica -Nicolás enciende su cigarrillo.
-¿Para qué?, para que te cague la vida, yo paso, Nico -el Gordo sostiene su vaso en el aire mientras sorbe de cuando en cuando-, si no mira al pobre de Giácomo.
-¿Qué le pasa a Giácomo, Gordo?
-¿Qué te pasa, Giácomo? -pregunta Alejandra.
-¡Ya no puedo más!… ¡entiende carajo! -responde Giácomo.
-Te fuiste en el peor momento,... Nico… en el peor -dice el Gordo
-No te entiendo… ¿Giácomo?, si él está con Alejandra y con su hijo, por cierto ¿tienes su nuevo número?
-Él está viviendo con sus papás de nuevo, es el mismo de siempre -el Gordo bebe hasta secar su vaso. Luego, le pide al mozo dos botellas más y prende un cigarrillo con el pucho todavía encendido.
-Bueno… no lo sabía, pero… ¿qué le pasó?, yo no me he enterado de nada, a ver, cuenta, Gordo.
-Por favor… tranquilo… mira, no te apures, vamos a conversar, aló, Giácomo, ¡contéstame!... aló, aló…
Giácomo deja el celular en su cuarto y se pone a buscar en el bar de su padre, encuentra un whisky, se bebe un trago de a pico, regresa al cuarto y coge de nuevo el celular.
-Ya… está bien, vamos a conversar… ¿pero de qué vamos a conversar?
-Alejandra y Giácomo ya no hablaban, ni se decían sus cosas, de verdad, Nico, se dejaron de amar.
-No te creo… pero si estaban templadazos, y no les iba mal, incluso Giácomo estaba trabajando con su viejo.
-De ti, Giácomo, de mí, de nuestro hijo, de eso quiero que hablemos.
-De nuestro hijo quizás… pero de nosotros… no creo… Ale, ¿qué nos pasó?
-Fue culpa de ambos, o tal vez no fue culpa de nadie… yo lo único que sé es que todo acabó.
-Cuando terminaron -el Gordo enciende otro cigarrillo-, Giácomo regresó a la casa de sus viejos… al principio le pasaba plata a Ale, pero cuando quebró la empresa de su viejo tuvo que ponerse a buscar trabajo pero nunca encontró nada… espérate un toque, ya vengo, más bien pídete un par más y te sigo contando.
Nicolás le pide dos cervezas más al mozo mientras acaricia su vaso, perdóname, Giácomo, por no haber estado aquí. El Gordo regresa del baño, se sirve un vaso y la saborea, está rica la chela, Nico, ¡carajo, qué bueno que regresaste!, ¡carajo! La gente del cole ya no se ve, todos tienen enamorada, o ya se casaron, o se fueron a estudiar fuera, como tú, huevonazo.
-Oye, Gordo, sigue contando pues -Nicolás llena su vaso.
-¡No importa de quién haya sido la culpa! -Giácomo se sienta en el suelo, abraza sus rodillas y llora una vez más en silencio.
-Aló...aló…Giácomo… ¡háblame!
-Lo único que quiero que hagas es que le des un beso en la mañana por mí… dile, por favor, que su papá lo ama mucho y que siempre va a ser su padre así no esté con él.
-Sí, lo haré, pero, Giácomo, ¿no habrá otra salida? ¿No hay nada más que se pueda hacer? -comienza a llorar.
Alejandra le da un beso en la frente a su hijo, que duerme imperturbable. Este es de parte de tu papito, le susurra y de inmediato se pone de pie, se acerca a la ventana, se seca las lágrimas con la yema de sus dedos, se toca los senos desnudos y recuerda cuando aprendió a hacer el amor con Giácomo -aquel sexo torpe con amor en la sala de su casa y en el cuarto de él cuando sus papás ya estaban acostados-, e intenta desearlo, intenta recordar cuando estaban en el colegio y no podían dejar de besarse, es imposible, Giácomo, no puedo volver contigo. Alejandra busca estrellas en el cielo negro mientras lo escucha quejarse de que los jóvenes no tienen ninguna oportunidad en este país y de que todo es culpa del imperialismo yanqui y su capitalismo ultraliberal.
-¿Por qué te importo tanto?… tú que no vas a estar sola, tú que ya le conseguiste un nuevo papá a mi hijo.
-¿Qué? ¿Está saliendo con otro?
-No empieces otra vez, por favor… ¡me tienes harta!
-No sólo eso, ya se mudaron juntos, con todo y el hijo… me han contado que el huevón gana como mierda.
-¿Lo amas?… dime… ¡lo amas!
-No sé si lo ama, ¡qué voy a saber yo! -el Gordo aplasta el pucho contra el cenicero con energía.
-No sé si lo ame... la verdad no lo sé -Alejandra calla por un momento, perdón por mentirte, Giácomo, pero no te quiero hacer más daño- además eso no importa, yo lo que quiero es que no cometas una locura.
Aguanta, Nico, ¿aló?, ¿cómo estás? ¿Qué?, ya, chévere, ¿a qué hora?, perfecto, yo llevo a un amigo, Nico, claro, el que se fue a España, el amigo de Giácomo, sí, sí, ya salimos para allá, mozo, dos más y que sean las últimas.
-¡No me vas a hacer cambiar de opinión! -Giácomo sorbe un poco más de whisky.
-¡No lo hagas por favor!... ¡no lo hagas!... quédate con nosotros.
-No voy a permitir que otro esté manteniendo a mi hijo, mi tío me va a pagar doce dólares la hora, con eso te voy a poder mandar plata para todo lo que nuestro hijo necesite.
-¿Hace cuanto que Giácomo está en Estados Unidos?
-Tres meses… oye, ya, vamos, hay una juerga en Miraflores.
-Está bien -Nicolás se seca su vaso-, ah, se me olvidó preguntarte… ¿cómo le pusieron al hijo?
-Joaquín… le pusieron Joaquín.
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MUCHO TE AGRADECERE ME INDIQUES DONDE PUEDO COMPRAR TU LIBRO.
MUCHISIMAS GRACIAS Y SALUDOS CORDIALES.
MARCELO BARCELLI RAZURI