DEL CLÓSET AL ATAÚD La devoción por Sarita Colonia de Giovanni, un joven gay con VIH.
Sarita Colonia es para la Iglesia Católica lo que un gay infectado con VIH para el Perú: aberración social, la analogía más soterrada del lumpen. Dentro de aquel túnel desolador, Giovanni se aferra a Sarita a la espera de la muerte, blindado con esa fe marginal que lo protege de la desesperanza.
Esta historia comienza, como corresponde, con una tormenta. Una tormenta de palabras afiladas, una discusión tempestuosa, un clamor, un ruego, llanto. Incómodos silencios. Su madre odiándolo. Así recuerda Giovanni la noche en que “salió del clóset”.
Nos encontramos conversando en el Cementerio Baquíjano y Carrillo del Callao, compuesto en base a niveles socioeconómicos y jerarquías sociales, como una maqueta a gran escala de la ciudad. La entrada es celestial. Ángeles renacentistas, mausoleos románicos, helénicos y con suaves tendencias góticas se asemejan mucho a los del Presbítero Maestro. Luego, el descenso en degradé a los infiernos.
Los pabellones están colocados contiguamente como fichas cuarteadas de dominó. Mientras camino se va formando a mi alrededor un aura de moscas. Apesta. Al final del recorrido, junto al mausoleo de Sarita Colonia, Giovanni sostiene cinco velas de colores diversos, para cada uno de los milagros que le pedirá a La Sarita.
-Pero especialmente voy a pedir por mi mamá, para que me perdone –me dice.
Desde aquella noche en que le dijo que estaba enamorado de Alexis, uno de los chicos más guapos y desvergonzados de su barrio de La Perla, no ha vuelto a ver a su madre.
Giovanni acaba de cumplir 20 años, es alto y trigueño, de pelo largo hasta por debajo de los hombros y pintado de un color castaño opaco, que tal vez hasta hace poco fue rubio. Trabaja en una cabina de Internet de lunes a sábado desde la mañana hasta casi la madrugada, por lo que sólo el domingo puede venir al Baquíjano.
Alexis murió hace algunos meses, después de una dilatada agonía, lamentando haber contagiado de VIH al amor de su vida, sin saberlo. La pareja fue feliz durante más de tres años hasta que Alexis enfermó de gravedad, sin que se supiera inicialmente la causa. Después de varios exámenes inútiles, la verdad se las proporcionó la prueba de Elisa.
A partir de aquel momento su fervor por Sarita se incrementó de forma trepidante. Hasta probó darle de beber a Alexis el agua de los floreros del mausoleo para que le haga el milagro. Alexis yace enterrado aquí, muy cerca de Sarita. Giovanni acaba de comprar su nicho, lo está pagando a plazos, como si fuera un crédito de Mi Vivienda.
Muchas de sus “compañeras fallecidas”, como les dice, descansan en este cementerio, para estar junto a su santa más querida. La comunidad gay –del Perú y el extranjero (1)- visita a sus muertos los lunes o martes cuando viene poca gente y nadie los molesta.
En cambio Giovanni tiene que soportar que los barristas del Sport Boys lo hostiguen y a veces lo agarren a golpes cuando se juegan partidos de fútbol en el Estadio Miguel Grau, ubicado frente al Baquíjano.
-Pero no me importa, igual vengo a verla, siempre vendré, hasta el final –me dice, muy seguro de sí mismo.
-¿Y por qué te arriesgas a tanto? –pregunto- ¿ vale tanto la pena?
-No sabes cuanto. ¿Te imaginas la desolación que se siente saber que no le importas ni a Dios? –me pregunta- Nunca lo sabrás –se responde- para la Iglesia los homosexuales somos unos pecadores condenados al infierno; pero todos ellos están equivocados. Sarita intercede por mí ante Dios, nuestro señor –me dice mientras aprieta sus velas con rencor, una de ellas se quiebra.
-¿Aún lo amas?
Como si mi pregunta hubiera abierto una puerta hacia el pasado, Giovanni recuerda la habitación de su madre atiborrada de íconos religiosos: estatuillas en varios tamaños de la Virgen María, crucifijos, estampitas y cirios a medio consumir sobre candelabros oxidados, yacen en el velador.
-¿Lo amas? –pregunta su madre.
-Sí, mamá, lo amo, estamos enamorados, por favor, acéptalo –responde Giovanni.
-¡Jamás! -grita su madre con odio en los ojos- tú eres un varón, ¿cómo puedes enamorarte de ese joven? ¿No te da vergüenza? Dios te va a castigar.
De pronto, en un arranque de furia, Giovanni derriba el pequeño altar. Las estatuillas de cerámica se quiebran en un estruendo que acalló a su madre sólo por unos pocos segundos.
-Lárgate de esta casa ahora mismo, pecador, nunca más vuelvas, aquí ya no tienes familia. Para mí estás muerto, como tu padre.
Giovanni corre hacia la calle, llorando. Trepa por el muro del cementerio y le reza a Sarita una y otra vez, inconsolable, hasta quedarse dormido.
Ya de madrugada, como una corriente invisible, la brisa marina cubre el malecón de La Punta. Avanza hacia la ciudad y despierta a Giovanni del sueño que nunca recordará. La saborea en su lengua. Húmeda y salada. Cuando alza la vista, la brisa barre los nubarrones que ocultan el cielo y una claridad como la del alba ilumina el camposanto.
Sarita Colonia se le aparece vistiendo una túnica de seda blanca con encajes dorados. Y allí, en la soledad del cementerio, le dice que estará siempre con él, en especial en los peores momentos.
Desde entonces, cada domingo de madrugada sortea el muro para rezarle a su santa clandestina, como le prometió. Arrodillado y aterido de frío, con el torso erguido y rígido, disfruta cada respiración que expele hacia el vacío, mientras espera sosegado a la muerte, que ya está cerca, y lo reencontrará con él.
(1) En la web en inglés www.limaqueerat.com se promociona el turismo gay en Lima. Como parte de su recorrido para entender cómo es ser gay en el Perú, recomienda visitar a Sarita Colonia en el Cementerio Baquiano y Carrillo del Callao.
Nos encontramos conversando en el Cementerio Baquíjano y Carrillo del Callao, compuesto en base a niveles socioeconómicos y jerarquías sociales, como una maqueta a gran escala de la ciudad. La entrada es celestial. Ángeles renacentistas, mausoleos románicos, helénicos y con suaves tendencias góticas se asemejan mucho a los del Presbítero Maestro. Luego, el descenso en degradé a los infiernos.
Los pabellones están colocados contiguamente como fichas cuarteadas de dominó. Mientras camino se va formando a mi alrededor un aura de moscas. Apesta. Al final del recorrido, junto al mausoleo de Sarita Colonia, Giovanni sostiene cinco velas de colores diversos, para cada uno de los milagros que le pedirá a La Sarita.
-Pero especialmente voy a pedir por mi mamá, para que me perdone –me dice.
Desde aquella noche en que le dijo que estaba enamorado de Alexis, uno de los chicos más guapos y desvergonzados de su barrio de La Perla, no ha vuelto a ver a su madre.
Giovanni acaba de cumplir 20 años, es alto y trigueño, de pelo largo hasta por debajo de los hombros y pintado de un color castaño opaco, que tal vez hasta hace poco fue rubio. Trabaja en una cabina de Internet de lunes a sábado desde la mañana hasta casi la madrugada, por lo que sólo el domingo puede venir al Baquíjano.
Alexis murió hace algunos meses, después de una dilatada agonía, lamentando haber contagiado de VIH al amor de su vida, sin saberlo. La pareja fue feliz durante más de tres años hasta que Alexis enfermó de gravedad, sin que se supiera inicialmente la causa. Después de varios exámenes inútiles, la verdad se las proporcionó la prueba de Elisa.
A partir de aquel momento su fervor por Sarita se incrementó de forma trepidante. Hasta probó darle de beber a Alexis el agua de los floreros del mausoleo para que le haga el milagro. Alexis yace enterrado aquí, muy cerca de Sarita. Giovanni acaba de comprar su nicho, lo está pagando a plazos, como si fuera un crédito de Mi Vivienda.
Muchas de sus “compañeras fallecidas”, como les dice, descansan en este cementerio, para estar junto a su santa más querida. La comunidad gay –del Perú y el extranjero (1)- visita a sus muertos los lunes o martes cuando viene poca gente y nadie los molesta.
En cambio Giovanni tiene que soportar que los barristas del Sport Boys lo hostiguen y a veces lo agarren a golpes cuando se juegan partidos de fútbol en el Estadio Miguel Grau, ubicado frente al Baquíjano.
-Pero no me importa, igual vengo a verla, siempre vendré, hasta el final –me dice, muy seguro de sí mismo.
-¿Y por qué te arriesgas a tanto? –pregunto- ¿ vale tanto la pena?
-No sabes cuanto. ¿Te imaginas la desolación que se siente saber que no le importas ni a Dios? –me pregunta- Nunca lo sabrás –se responde- para la Iglesia los homosexuales somos unos pecadores condenados al infierno; pero todos ellos están equivocados. Sarita intercede por mí ante Dios, nuestro señor –me dice mientras aprieta sus velas con rencor, una de ellas se quiebra.
-¿Aún lo amas?
Como si mi pregunta hubiera abierto una puerta hacia el pasado, Giovanni recuerda la habitación de su madre atiborrada de íconos religiosos: estatuillas en varios tamaños de la Virgen María, crucifijos, estampitas y cirios a medio consumir sobre candelabros oxidados, yacen en el velador.
-¿Lo amas? –pregunta su madre.
-Sí, mamá, lo amo, estamos enamorados, por favor, acéptalo –responde Giovanni.
-¡Jamás! -grita su madre con odio en los ojos- tú eres un varón, ¿cómo puedes enamorarte de ese joven? ¿No te da vergüenza? Dios te va a castigar.
De pronto, en un arranque de furia, Giovanni derriba el pequeño altar. Las estatuillas de cerámica se quiebran en un estruendo que acalló a su madre sólo por unos pocos segundos.
-Lárgate de esta casa ahora mismo, pecador, nunca más vuelvas, aquí ya no tienes familia. Para mí estás muerto, como tu padre.
Giovanni corre hacia la calle, llorando. Trepa por el muro del cementerio y le reza a Sarita una y otra vez, inconsolable, hasta quedarse dormido.
Ya de madrugada, como una corriente invisible, la brisa marina cubre el malecón de La Punta. Avanza hacia la ciudad y despierta a Giovanni del sueño que nunca recordará. La saborea en su lengua. Húmeda y salada. Cuando alza la vista, la brisa barre los nubarrones que ocultan el cielo y una claridad como la del alba ilumina el camposanto.
Sarita Colonia se le aparece vistiendo una túnica de seda blanca con encajes dorados. Y allí, en la soledad del cementerio, le dice que estará siempre con él, en especial en los peores momentos.
Desde entonces, cada domingo de madrugada sortea el muro para rezarle a su santa clandestina, como le prometió. Arrodillado y aterido de frío, con el torso erguido y rígido, disfruta cada respiración que expele hacia el vacío, mientras espera sosegado a la muerte, que ya está cerca, y lo reencontrará con él.
(1) En la web en inglés www.limaqueerat.com se promociona el turismo gay en Lima. Como parte de su recorrido para entender cómo es ser gay en el Perú, recomienda visitar a Sarita Colonia en el Cementerio Baquiano y Carrillo del Callao.
Publicado en Nexos (diciembre, 2006)
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