AQUEL MAESTRO INCANDESCENTE । ULIMA PUBLICA EN TRES TOMOS LA OBRA COMPLETA DE WÁSHINGTON DELGADO


Para alguien de tan portentoso legado, la muerte no equivale a la desaparición। Es tan sólo una de sus formas de estar ausente, callado, oculto en el silencio desde el 2003. Y ya volvió.


Por el amor no por el odio he de sobrevivir.
W. Delgado


Cada uno de sus poemas es como un monumento erigido luego de cesada la guerra. Es aquel pedazo de sabiduría el resultado de su indomable perseverancia por elegir las palabras más exactas. Su lucha titánica por concentrar significados en el papel -el campo de batalla- del cual el lector no encontrará vestigios. Tal vez sí gotas de sangre.
Y es que Wáshington Delgado (1927 – 2003) pudo escribir mucho más. Gracias a sus extensos conocimientos y su amplio manejo del lenguaje, pudo componer incontables versos, si le hubiera dado la gana. Pero no lo hizo. Prefirió la brevedad. La poquedad. El estruendo de la página en blanco.
Esta decisión la encontró en el sosiego que otorga la genialidad. La madurez del maestro. Prefirió entregarse al titánico esfuerzo de desechar las palabras banales, que no dicen nada, a través de un camino duro y riguroso. Incluso optó por dejar de escribir. Luego de publicar Destierro de por vida (1969) y el conjunto de su obra poética, Un mundo dividido (1970), Delgado anunció su retiro definitivo del mundo de la poesía.
Marco Martos ensayó una explicación: “El silencio que llegaba no era la lucha conocida con el blanco papel, era entrar bastante prematuramente en la opacidad definitiva. Y es que después de Baudelaire, no hay poeta de valía que no haya cuestionado el propio elemento expresivo. Son otros, no los poetas, los que no dudan de lo que escriben. Un poeta como Delgado está siempre en estado de alerta, entre el perpetuo balanceo entre el decir y el no decir, entre el hablar y callar, siempre entre lo asertivo y la perplejidad.”

Del Perú y otros poemas
Tal vez uno de los aspectos de la personalidad de Wáshington Delgado que más se recuerde sea su insoslayable convicción socialista. Es considerado, en palabras de Jorge Eslava, “el poeta de mayor consistencia ideológica de la segunda mitad del siglo XX y el más imperioso para resistir con lucidez a estos tiempos de infortunio”.
Fue en el café Palermo donde un joven Wáshington mantenía dilatadas conversaciones que traslucían sin pudor su entrañable pasión por el Perú. Siempre bebiendo café –nunca licor- y fumando sin apuro, reflexionaba acerca de aquel ambiente social de primavera socialista junto con otros miembros de la Generación del 50 como Blanca Varela, Carlos Germán Belli, Jorge Eduardo Eielson, Pablo Guevara, Sebastián Salazar Bondy entre otros.
Por encontrase inmerso en esa coyuntura social, fue testigo del enfrentamiento de dos estilos poéticos, claramente disímiles: uno, el “arte por el arte”, el de la pureza; otro, “el arte social”, el del compromiso con la denuncia y la opresión. Delgado fue tal vez el único escritor que logró enlazar en su poesía ambas vertientes, como se puede leer en Formas de la ausencia (1955), Días del corazón (1957) y en Para vivir mañana (1959). Aquí un ejemplo:







Héroe del pueblo


Yo construyo mi país con palabras,

digo cielo cuando miro el cielo

digo luz, agua, corazón y lo demás ignoro.


El silencio es profundo, pero amo las alturas.

Hombres son y mujeres los que alumbran mis ojos

y mi voz está en ellos como el aire en que viven.


No me importa la muerte si es justo mi combate.

Por el amor no por el odio he de sobrevivir.


Yo canto en las matanzas, yo bailo

junto al fuego, yo construyo

mi país con palabras.

¿Qué porción de la “alta” poesía peruana del siglo XX se la debemos Wáshington Delgado? Es un pedazo importante, sin duda. Y ahí está esa obra hilada por un maestro de la palabra. Un hombre al que se le añora solidario, humanista y amante de la libertad. Y hoy, ya desprovisto de materia, regresa, para recordarnos que la trascendencia es así, se sobrepone al inquebrantable devenir de los milenios.

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