CUANDO EL PECADO ES UN LUGAR
Por Rubén Barcelli
Nancy Callahan usa cortas ropas negras ceñidas al cuerpo. Sobre el escenario, se sienta apoyándose en las rodillas, abre las piernas y mira con deseo a los ebrios que la contemplan fascinados; contornea el vientre y las caderas, se toca el cuerpo suavemente y juega con sus cabellos largos, lacios y dorados en aquel baile ardiente, pero delicado. Sostiene una pistola, pocos lo notan. De pronto, la apunta hacia alguien entre el público, pero no jala el gatillo. No tiene, aún, el valor para disparar.
Jessica Alba interpreta a Nancy Callahan, una hermosa bailarina erótica sumergida en un estado de profunda tristeza y deseo de venganza por la muerte de John Hartigan (Bruce Willis), el amor de su vida. Trabaja en el Kadie’s Club Pecos, un sórdido bar donde las historias que conforman Sin City: A Dame to Kill For confluyen, se unen y se superponen. Es el centro —y el epicentro— de la segunda película basada en la famosa novela gráfica de Frank Miller, quien, al igual que en la primera entrega, codirige el filme con Robert Rodríguez.
Y el Kadie’s Club Pecos es, a su vez, el centro de Old Town, el barrio más peligroso de la ciudad en donde la policía no tiene acceso ni control; la ley es impartida por un ejército de prostitutas liderado por Gail (Rosario Dawson). Armadas con metralletas, sables y sus cuerpos de ensueño, no dudan en asesinar a cualquiera que se atreva a quebrantar sus reglas.
La planilla protagónica la completan Marv (Mickey Rourke), el matón antihéroe y de temperamento incontrolable de la primera cinta; Johnny, el único personaje que no es parte del cómic original, y que fue creado especialmente por Miller para esta película, un joven apostador que —casi— siempre gana (Joseph Gordon-Levitt); el senador Roark (Powers Boothe), el hombre más poderoso y corrupto de Sin City; Dwight McCarthy (Josh Brolin), quien libra una guerra en contra de Ava Señor (Eva Green), la mujer de sus sueños y de sus pesadillas; además del entrañable Christopher Lloyd en un papel secundario, pero potente.
De ellos, tal vez el rol más inquietante es el del detective privado Dwight McCarthy. Su historia en este filme no es la continuación, sino la precuela de la primera cinta —Miller y Rodríguez manejan muy bien los juegos temporales— en la cual el mismo papel es interpretado por Clive Owen, y ahora se explica por qué debió ser sometido a una cirugía reconstructiva. Justo cuando Dwight está logrando salir de una profunda depresión —rabia, borracheras interminables, autocompasión—, la mujer de la que estaba enamorado, Ava Señor, que años atrás lo dejó para casarse con uno de los hombres más ricos de la ciudad, regresa a su vida para pedirle protección, y es ahí cuando empiezan los problemas. “No puedes tomar lo bueno sin tomar lo malo también”, dice Dwight, derrotado.
Pero el personaje de Brolin, en el fondo, no es muy diferente a los otros residentes de Sin City. Todos beben, fornican, apuestan, asesinan, roban, aman y lloran en el deshonesto universo de Frank Miller, donde las calles, los seres y los objetos están en blanco y negro, pero la sangre sí es roja. Más que un simple elemento estético o un sello de marca, es una metáfora de la intensidad del dolor que padecen estas almas en pena que purgan la culpa de haber sucumbido ante sus más retorcidos apetitos.
Y es que la narrativa de Miller —tanto el cómic como la película— nos muestra la versión más sórdida y corroída de la naturaleza humana; representa el pecado a través de un lugar. Sin City, en realidad, está ubicada más allá de los extramuros de nuestra cordura y de nuestra moral, donde yace oculto el monstruo que todos tenemos dentro y que aguarda paciente el momento en que caeremos en la tentación, en la oscuridad.
Nunca es de día en Sin City.
[Columna publicada en la revista SoHo Perú. Setiembre, 2014]
Nunca es de día en Sin City.
[Columna publicada en la revista SoHo Perú. Setiembre, 2014]
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